El filial celtiña comenzó el encuentro queriendo sorprender al Fuerteventura y se lanzó descaradamente al ataque. Iago Aspas fue el primero en poner a prueba a Novoa, que tuvo que lucirse para evitar el tanto. Cuando se llegaba al minuto 8, un centro de Dani Ábalo desde la derecha le llega a Maric, que toca el cuero como puede y ve cómo entra en la meta verdilla, ante la desesperación de la zaga local.
El tanto espoleó a los pupilos de Almeida que, arropados por una afición que no dejó de alentarle durante todo el encuentro, se lanzó en busca de enmendar el error. Una internada de Futre, que ayer fue un verdadero estilete en la banda derecha, fue parada por en seco por Noel. El colegiado no lo dudó dos veces y señaló los once metros y la expulsión del defensa céltico en el minuto 10. Pero ayer no era el día de los verdillos y Memo lanzó el penalti fuera.
Lejos de hundirse, la lechuga mecánica resurgió y comenzó con su recital de fútbol. Llegaban con suma facilidad al área del Celta B, pero no culminaban la jugada. En esto volvió a aparecer Íker Gereñu, que de espuela remató un centro botado por Futre y para delirio de la parroquia local devolvía las tablas al electrónico en el minuto 16.
Un tanto que hizo que el dominio verdillo se acentuara. El Fuerteventura se volcó en busca de la meta visitante y tanto va el cántaro a la fuente que Maciot, tras recibir un pase en profundidad, toca el esférico con la cabeza para hacer una perfecta vaselina ante la salida de Yoel y anotar el segundo tanto del Fuerteventura.
La alegría local duró poco, porque cuando todos estaban deseando llegar al descanso para reponer fuerzas volvió a aparecer la figura de Maric. El delantero del Celta B botó una falta esquinada que tras tocar en Marcelino le da a Novoa en el pecho y se introduce en su meta para subir de nuevo el empate al marcador. El colegiado le concedió el tanto al ex amarillo.
En la reanudación fue un querer y no poder del Fuerteventura que veía cómo el Celta B se encerraba en su área ante el constante acoso verdillo. Pero no tenían ayer el día los pupilos de Almeida que, incrédulos, observaban cómo no marcaban.
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