domingo, 25 de enero de 2009

EDITORIAL: FUTBOLIN Y FUTBOL

EDITORIAL: FUTBOLÍN Y FÚTBOL
Autor: MAROGAR
23.01.2009 10.04 de Redacción esFutbol artículo leído 41 veces
A Alejandro Finisterre se le atribuye la invención del futbolín. Gallego trashumante, hijo de fabricante de calzado de La Coruña, trabajó de peón de albañil para financiarse los estudios en Madrid. Poeta. Lo ideó mientras convalecía de heridas de guerra en Monserrat. Había jugado al fútbol, incluso perdió un diente de una patada. Antes de la Navidad de 1936, en Barcelona, fabricó una mesa y torneó las figuras con un carpintero vasco amigo suyo, Francisco Javier Altuna, patentando el invento a principios de 1937. Huyendo a Francia, los papeles se le mojaron convirtiéndose en argamasa. Estando ya en París, en 1948 se enteró que un compañero de hospital había patentado el futbolín en Perpignat. El futbolín es un fútbol de mesa, que mide sobre 1,22 metros de largo por 0,61 metros de ancho y tiene generalmente 8 filas de jugadores, cuatro por equipo contendiente. En Argentina se le conoce como metegol; en Bolivia, canchitas; en Chile, taca-taca; en Guatemala, futío; en México, fuchín o futbolito; en Uruguay, futbolito; y en España, como en parte de América, futbolín. También hay patentes de fútbol de mesa desde 1890 en Reino Unido, Francia y Alemania, en diversas formas y diseños. Las pelotas eran de corcho aglomerado porque las pelotas duras no permiten hacer efectos, siendo un juego que fomenta la amistad, el compañerismo, la coordinación de movimientos entre la mano derecha y la izquierda. Incluso la bola de futbolín puede alcanzar velocidades de hasta 120 kilómetros por hora. Este fútbol simulado requiere reflejos rápidos con un tacto delicado usando las habilidades, el control y el conocimiento fino del jugador.

Estos datos que plasmo pueden tener, posiblemente, algo de leyenda incluso alguna inexactitud histórica. Pero nuestro interés en esta ocasión no es otra que enfrentar los fundamentos del fútbol real con los del futbolín y apuntar algunas comparaciones que nos hagan reflexionar. Porque los análisis que se fabrican de los equipos de fútbol real concluyen muchas veces en un hálito misterioso que hacen complejo algo que es bastante simple, aunque no por ello difícil. Desde luego, cada vez estoy más convencido que el partido de fútbol no es la consecuencia de una planificación matemática de todos los sucesos, movimientos, acciones y reacciones de todos los jugadores, propios y ajenos. No hay informática que haga posible esa programación como ocurre con el ajedrez, al fin y al cabo más previsible aún que el fútbol. Y con el tiempo descubrimos que el fútbol es improgramable porque es un deporte en el que intervienen hombres que manejan, con el pie, un balón redondo frente al antagonismo permanente de los contrarios.

Es verdad que en el futbolín existen jugadores fijos en las posiciones (Así suele jugar el Barça, por ejemplo), pero son posiciones muy estáticas porque los dos contendientes se enfrentan con el mismo sistema rígido aunque es verdad que el balón puede moverse a velocidades inusitadas. Los jugadores nunca ocupan posiciones intermedias, las combinaciones laterales son muy limitadas, no existen artes defensivas tan importantes como la anticipación y la interceptación, ni tampoco se generan gestos atacantes como las paredes (toco y me voy); y, lógicamente, tampoco los jugadores pueden despegar hacia otra línea más adelantada para crear superioridad atacante o al menos superioridad táctica. Los espacios no se crean y no se ocupan por sorpresa. Tampoco se puede correr a la ayuda defensiva, lo único que se mueve es el balón pero los jugadores están allí, estáticos, amarrados a una barra rígida, como atendiendo la táctica de un entrenador de los antiguos…

En el futbolín siempre tenemos el mismo dibujo, siempre la misma formación, menos mal que los dos equipos tienen las mismas limitaciones en la disputa del partido. Como si de una foto fija se tratase aunque el balón esté en movimiento, sorteando obstáculos a ras de césped pero casi nunca por elevación. Es fútbol sin movimiento de jugadores, o sea, futbolín. En realidad, esto pasa muchas veces en los partidos reales con profesionales de experiencia que ante la conducción de un organizador de juego que otea los espacios a ocupar, sin embargo los hombres no ocupan dichos lugares libres. Y la jugada no acaba de progresar por ese inmovilismo precisamente. En el fútbol, el balón es el eje del partido y no una mera disputa entre dos equipos que manejan sus dos potencias fundamentales: La potencia balón y la potencia obstáculo o resistencia. Por otra parte, el buen trato del balón marca el estilo del equipo y la manera de oponerse también señala un determinado estilo defensivo.

Por lo que de nuevo llegamos a la eterna conclusión de que no existe una fórmula ganadora para siempre, por más ecuaciones que uno pueda imaginarse. De ahí que no me haga ninguna ilusión los entrenadores capataces que todo lo ordenan y señalan como si fueran verdades indiscutibles. Los dirigentes que sólo prohíben, que no orientan, que no incentivan, que no incitan a la innovación. Por eso, este tipo de entrenadores los debiéramos dedicar al futbolín porque eso es lo que quieren, tener a todos los jugadores en sus manos, moverlos a su antojo, no dejarles pensar ni decidir. Mientras que en el fútbol hay que manejar a los hombres (gestionarlos) sobre todo soltando cadenas, y olvidarse de las amarras que condicionan tanto sus reacciones.

MAROGAR (Enero 2009)

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