Moribundos
April 10, 2011 Por Míchel Martín
El Tenerife no está muerto, pero está moribundo. Este equipo traslada la impresión de que poco le importa si está jugando el partido más importante de los últimos 25 años en la historia del club o de si está echando una pachanga. Ni con Tapia, ni con Mandiá, ni con Amaral, este Tenerife no transmite vida. Y de esas señales se ha contagiado la gente, la grada, que realice un ejercicio de compasión cada dos semanas. Esta situación, en cualquier otro lado de España, acabaría domingo sí y el otro también con una pañolada de escándalo al final del partido. Hacia el palco y dedicada también a los futbolistas.
“El éxito tiene muchos padres pero el fracaso es huérfano”. O casi. Porque la mayoría o prácticamente toda la afición señala a Miguel Concepción como el gran culpable del hundimiento blanquiazul. Para mí, y ya lo he escrito por aquí, no es el culpable, pero sí el responsable. Y tiene la misma cuota de responsabilidad con este descenso a Segunda B que con el ascenso a Primera División. Aunque aquel verano fueron pocos los elogios (¿hubo críticas?) y en el que se avecina tendrá que dejar de leer el clipping de prensa que le pasan.
Del partido, la única lectura positiva que se puede hacer es del (nuevo) compromiso de Omar y de la ineptitud de los entrenadores que han pasado por Tenerife en relación a Josmar Zambrano. El venezolano volvió a escena ante el Huesca y ridiculizó las decisiones de los antecesores de Amaral por no haber contado con sus servicios. Ya sea de titular (¿qué aportó Iriome en la mediapunta?) o saliendo en la recta final de los partidos. Es increíble que su fútbol haya pasado inadvertido para Tapia después de que Mandiá matase su genio.
Abocado como está el Tenerife a la Segunda B, a David Amaral no se le pide el milagro, se le exige que luche y lo intente con los mejores futbolistas que tenga. Si esos son los que menos han jugado hasta ahora, bien. Si esos son los que más inquina levantan en la grada, porque él cree que pueden aportar más que otros, bien. El tinerfeñismo interpretó la llegada de Amaral como una reactivación, pero no ha tardado ni una semana en contagiarse de la agonía. El problema es que nadie es inmune a los cataclismos.
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